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Pequeñas o grandes historias de poder. Cada uno de nosotros ha experimentado, ha saboreado en mayor o menor medida, el placer que proporciona la capacidad para movilizar, para oprimir o ejercer una fuerza sobre alguien, sea éste una nación, una etnia o una sola persona. El poderío crece y se hace más potente en la medida en la que el otro –o lo otro que está sobre la mira– termina por revelar su debilidad y por lo tanto su capacidad de sometimiento. En este sentido, la relación de poder que hemos establecido con la naturaleza misma, especialmente con la fauna que la compone, es ejemplar: el hombre ha perfeccionado sus técnicas de control sobre los animales, ha “evolucionado” en la medida en que ha aprendido a domesticar ese elemento irracional, extraño e insólito que si bien se materializa en determinadas especies, también está arraigado de modo simbólico en un tipo de comportamiento humano, con frecuencia reprimido por medio de la razón, que nos recuerda nuestro lado salvaje o, dicho en términos más explícitos, nuestro componente animal. Llama la atención que sea precisamente una pieza con claro valor autoreferencial que Jorge Llaca produjo en torno a la meditación estética (La urdimbre de la imaginación, 2006) aquella que irrumpa en un espacio dominado por el simbolismo animal: las primeras plataformas de Imagina Museo Interactivo que representan la riqueza de la fauna en dos regiones del mundo. Más que una paradoja, estamos frente a una fuerte tensión entre dos centros de poder; dos fuerzas que pugnan por mostrar su primacía sobre el otro: por un lado, el dominio de la razón, de la introspección de un artista que reflexiona sobre su propio oficio, y por el otro, el dominio de la bestia, el grito feroz del león rampante, la mirada, ora penetrante, ora cautivadora de la gacela africana. La intervención de Jorge Llaca no resuelve esta tensión, más bien se suspende en el espesor de la urdimbre misma, en el tejido que se distiende entre las dos plataformas y que produce una escenografía francamente perturbadora. Si bien, como pieza individual, La urdimbre de la imaginación ya tenía incorporado un gesto de alteridad (la capacidad de mirarse como otro), la invitación para intervenir este recinto ha hecho posible que dicho gesto potencialice el desdoblamiento del artista en compañía de su par animal.

Iván Ruiz – curaduría.