Alguna vez vi un documental sobre Lucian Freud, en el cual se contaba una anécdota que me pareció un gran insight con respecto a su técnica de pintura, referente al uso del pigmento blanco de plomo, también conocido como albayalde o blanco de plata.

En Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XX, se intentó prohibir el uso de blanco de plomo en diversas industrias, incluida la fabricación de pintura para artistas. Hacía algunos años que Lucian Freud se había dado cuenta de que este pigmento le daba a su pintura un carácter particular que ningún otro pigmento producía, los juegos de luces y sombras resaltaban más, se sentía mayor espacialidad en los cuadros y simplemente, cobraban un carácter distinto, algo que sin ese material era imposible de lograr, que hacía su obra mucho más impactante visualmente y que no tenía que ver con su talento sino exclusivamente con el uso y manejo del material. Por ello, al enterarse Freud de la prohibición sobre el blanco de plomo, entró en pánico. Fue tal su miedo con respecto a la pérdida del pigmento, que mandó comprar todo el óleo de blanco de plomo, de todas las tiendas que encontró en Inglaterra.

Al enterarme de esta anécdota pensé: ¿Qué mejor ejemplo que éste para demostrar lo insustituible de las características del blanco de plomo en la pintura?

Lucian Freud

Durante muchos siglos, el blanco de plomo, que actualmente casi ha desaparecido de la paleta de los pintores contemporáneos, fue el blanco más utilizado por los pintores europeos. Fue utilizado no sólo como pigmento blanco sino también como un carbonato para hacer imprimaturas, como secativo, como medio para hacer aceite negro y para dar cuerpo a los impastos a manera de carga. La principal característica insustituible de este pigmento –misma que hiciera a Freud comprar todo el blanco que encontró en Inglaterra– es su capacidad de refractar la luz. Cuando la luz incide sobre este pigmento, lo hace brillar como a una perla, especialmente si este se encuentra en un medio oleoso. Esto hace que cuando nos alejemos de un cuadro pintado con este material, el efecto de luminosidad se intensifique, incluso un cuadro que de cerca parecería ser grisáceo, con colores muy sucios, a la distancia aparenta ser luminoso. Algunos cuadros de Monet, Rembrandt o el mismo Freud son gran ejemplo de este fenómeno.

 

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Claude Monet, Catedral de Rouen - Puerta en el Sol.

 

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Rembrandt, Autorretrato, 1659-1660

 

Otro aspecto importante que logra el blanco de plomo como ningún otro material es la sensación de espacialidad en los lienzos. Su capacidad de refractar la luz provoca que los planos se separen unos de otros de forma dramática, característica que pintores como Rembrandt, Vermeer y Velázquez reconocieron y exploraron a profundidad en sus telas. Por desgracia, este aspecto de la espacialidad en los cuadros no puede ser contemplada en fotos, solamente en vivo. Así que los que nunca hayan observado obras con estas características, tendrán que ir a donde están los cuadros de estos pintores para percibirlo, y los que ya hayan visto cuadros de estos pintores tendrán que regresar. ¿Acaso es posible que uno se canse de ver cuadros de Rembrandt y Velázquez?

 

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Diego Velazquez - Las Hilanderas, 1657-58

 

Ningún otro material genera los efectos antes mencionados de forma tan dramática como el blanco de plomo, y pese a su toxicidad –la cual obliga a que sea trabajado con marcadas precauciones– es insustituible en la paleta de cualquier pintor. Grandes cuadros no sólo dependen del talento de un pintor; requieren materiales que permitan lograr grandes resultados.