Joaquín Sorolla consideraba que la pintura lo era todo; para él pintar era vivir, una función vital tan importante como la respiración. Este era el modo en que el pintor se expresaba respecto a cuánto disfrutaba de la pintura, un goce que no siempre estuvo libre de sufrimientos.

Sorolla pintaba al aire libre y pintar de cualquier otra forma le parecía un engaño. Trabajó algún tiempo como fotógrafo, lo que le hizo comprender a fondo la composición y, a su vez, enamorarse de la luz. Su obsesión por la luz lo seguiría a lo largo de su carrera y la misma le llevaría a trabajar sin descanso hasta conseguir capturarla con precisión en sus telas. Trabajó incansablemente durante 20 años antes de lograr pintar como él quería y su obra es el resultado de esa intensa búsqueda.

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Joaquín Sorolla, El Bota Blanco, óleo sobre tela, 1905.

La pintura de Joaquín Sorolla y su vinculo con la pintura

La pintura de Sorolla sostuvo siempre un estrecho vínculo con la fotografía y, particularmente, con la cámara obscura, la cual incluso antes de la invención de la fotografía ya había influenciado a pintores como el maestro holandés Vermeer, quien solía observar los motivos a pintar desde una cámara obscura. El interés de distintos pintores por hacer uso de este recurso se debía a que hacerlo permitía percibir la luz de una manera muy particular: con gran contraste y definición. Esta característica, como podemos apreciar en la pintura de Sorolla, traía grandes ventajas a la obra. Sin embargo, para lograr pintar la luz de la forma en que la cámara oscura permite verla, es necesario mucho más que sólo meterse en la cámara oscura; se requiere arduo estudio y práctica fuera de la cámara, y no sólo del dibujo, el color y el contraste, sino también de cómo trabajan las capas superpuestas de pintura en relación con la luz, cuando éstas son golpeadas por la misma.

Para lograr pintar como Sorolla deseaba, tuvo que analizar a profundidad cómo se pintaba un cuadro desde las capas profundas, la fase que en algún tiempo fue conocida como grisalla. Así como en la época de los Van Eyck el gremio de pintores se dio cuenta de que en la pintura al óleo era conveniente empezar por los medios tonos y en el fresco por los tonos obscuros, Sorolla se dio cuenta de que debía observar la naturaleza de las luces para poder determinar la manera correcta de comenzar sus cuadros. Sorolla investigó a profundidad cómo distintas maneras de trabajar la pintura en las capas internas de un cuadro tenían resultados distintos en las capas superiores. Por ejemplo, empezar por las luces en los cielos diurnos, las marinas u otros cuadros con agua tiene un resultado muy distintos que comenzar por los medios tonos, como generalmente se hace en ambientes de luz intermedia.

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Joaquín Sorolla, Estudio.

Sorolla desarrolló un sistema de pintura que, si bien no era nuevo del todo, sí lo era en cuanto a la forma en que él lo utilizaba y en relación a los temas y motivos que retrataba con el mismo. En él utilizó veladuras de pintura yuxtapuestas, con colores y densidades pensadas para que las capas superiores de pintura interactuaran con las capas previas; esto conseguía que se produjeran efectos de luz o sombra exaltada, según la imagen que estuviera pintando con las mismas. Este sistema, que en gran medida está basado en el sistema de grisalla y veladuras que los pintores venecianos o los pintores barrocos utilizaban varios siglos antes, fue el que le permitió a Sorolla lograr el dramatismo lumínico que conocemos de sus cuadros. Pese a que esta técnica era reminiscente del claroscuro de los pintores barrocos antes mencionados, tuvo que ser completamente repensada por Joaquín Sorolla, ya que al pintar escenas completamente distintas -a pleno rayo del sol-, no podía ser trabajado ni de la misma forma, ni con la misma paleta que empleaban los pintores barrocos.

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Joaquín Sorolla, Recogiendo la vela, 1908.

En un ambiente determinado, cada personaje u objeto tiene una luz específica en relación a la atmósfera de este ambiente en cuestión, sin embargo, en una pintura un objeto puede representarse bajo cualquier iluminación dispuesta por quien lo pinta. Esto quiere decir que el pintor puede trabajar, a partir de su mente y su dominio del color y la técnica, una exaltación luminosa inexistente, si así lo desea, o exaltar más de la cuenta la realidad: éste es el caso de Joaquín Sorolla. En toda pintura intervienen mínimo dos factores: el color (la luz) y la forma. Joaquín Sorolla se dedicó a observar los valores de luz, los valores de sombra y los valores de las luces reflejadas, y cómo el exaltar o disminuir los contrastes, tanto tonales (blanco, negro y tonos de gris) como de croma (color), alteraban la sensación lumínica de las imágenes representadas. A partir de su estudio y posterior dominio de estas variaciones, en conjunto con el conocimiento de las capas de pintura, obtuvo la libertad de la cual sus lienzos son testigos y la capacidad de conmovernos a los espectadores de la forma en que sólo la luz lo logra.

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Joaquín Sorolla, La llegada de la pesca, 1898.