A lo largo de la historia, la enseñanza de la pintura y las artes ha tenido como objetivo principal guiar a los pintores para que perfeccionen una larga tradición artística que se extiende a lo largo de siglos. Desde los maestros del Renacimiento hasta los académicos del siglo XIX, se creía firmemente en la importancia de dominar las técnicas y los principios fundamentales del arte para alcanzar la maestría. Sin embargo, en la actualidad, con el surgimiento de la formación universitaria en el arte, ha surgido la creencia de que el arte no puede enseñarse, sino que es algo innato y misterioso que solo unos pocos poseen de manera natural. 

Esta percepción ha llevado a cuestionar el valor de la formación académica en las artes visuales y ha generado una dicotomía entre la educación artística formal y la de talleres, en la que se desestima el papel de la técnica y el conocimiento en el proceso creativo. Sin embargo, es importante reconocer que la enseñanza del arte, si se realiza de manera adecuada, puede proporcionar a los estudiantes las técnicas y el contexto necesarios para desarrollar su propia voz artística y contribuir de manera significativa al legado artístico de la humanidad.

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Alumnos de la maestra Luz García Ordóñez en el taller de elaboración de gises pastel

En nuestro último texto, nos sumergiremos en la fascinante historia de la enseñanza de la pintura a lo largo de los siglos, explorando cómo esta noble tradición ha moldeado el pasado, el presente y el futuro del arte.

Prepárate para descubrir los secretos, las pasiones y los legados que han impulsado a generaciones de artistas a alcanzar nuevas alturas creativas.

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La maestra Luz impartiendo clase en su taller de Naucalpan

La pintura, un oficio

La estructura de los talleres de pintura ha sido una parte integral de la historia del arte desde la Edad Media hasta los tiempos modernos, sirviendo como un medio crucial para transmitir conocimientos y técnicas de pintura de una generación a otra. Estos talleres, que surgieron en la Europa medieval y se desarrollaron a lo largo de los siglos, desempeñaron un papel fundamental en la formación de artistas y en la preservación de las tradiciones artísticas a lo largo del tiempo.

Tras la caída de Roma, comienza la Edad Media, la actividad secular en el campo de las artes visuales quedo virtualmente paralizada, al igual que el comercio y la comunicación.  Aproximadamente dos siglos más tarde el descenso en los niveles de alfabetización en el medievo hizo necesario un mayor uso de las artes para guiar a los creyentes hacia Dios y como medio para propagar la fe, especialmente se usó la pintura y la escultura para ilustrar dichas enseñanzas.

Por otro lado, el fin que perseguían las escuelas monásticas coincidía con el fin último de la vida monástica: la salvación de las almas. Benito (480/543) estableció una serie de reglas para guiar la vida en el monasterio, conocidas como la regla benedictina, la regla 43 declaraba que <<la ociosidad es el mayor enemigo del alma, por lo cual todos los monjes deben mantenerse ocupados en todo momento, sea en labores manuales o en lecturas sagradas>>. La regla especificaba más adelante que siete horas al día debían dedicarse a labores manuales, mientras que la lectura de literatura sagrada ocuparía otras dos. Los monjes se convirtieron en hábiles artesanos de la madera, el cuero, los metales preciosos y el vidrio. Tales actividades estaban consagradas a la mayor gloria de Dios y no se practicaban como una forma de expresión individual o para la obtención de una ganancia personal. Sin embargo, algunos monasterios habían comenzado a desarrollar sofisticados talleres que merecen el nombre de escuelas de arte monásticas.

Durante la Edad Media, los talleres de pintura eran a menudo parte de gremios de artesanos, que regulaban la práctica del arte y protegían los intereses de sus miembros. Los gremios proporcionaban un marco estructurado para el aprendizaje y la práctica de la pintura, con maestros y aprendices trabajando juntos en un entorno colaborativo. Los aprendices, generalmente jóvenes que aspiraban a convertirse en pintores, trabajaban bajo la supervisión directa de un maestro, aprendiendo las técnicas y habilidades necesarias para el oficio.

La estructura de los talleres de pintura durante la Edad Media estaba estrechamente ligada al sistema de aprendizaje por el que los aprendices pasaban a través de diferentes etapas para convertirse en maestros. Un aprendiz comenzaría como un joven inexperto, realizando tareas simples como preparar pigmentos, limpiar pinceles y ayudar en la preparación de lienzos. Con el tiempo, a medida que adquirían experiencia y habilidades, los aprendices pasaban a realizar tareas más complejas, como mezclar colores, aplicar capas base o fondeados y asistir al maestro en la creación de obras de arte.

José Chávez Morado. Danzantes, 1935.
Philip Garre. El taller del pintor, grabado (1595)

Se aprendía trabajando

La relación entre maestro y aprendiz en los talleres de pintura medieval era profundamente jerárquica, con el maestro ejerciendo autoridad y control sobre el aprendiz. Sin embargo, esta relación también era de mentoría, con el maestro transmitiendo su experiencia y conocimientos al aprendiz y guiándolo en su desarrollo como artista. A medida que el aprendiz demostraba habilidad y dedicación, podía ascender en la jerarquía del taller y eventualmente convertirse en un maestro en su propio derecho.

Tras un periodo de cinco o seis años, el aprendiz recibía habitualmente un certificado, y tras pasar un test oficial, que a menudo incluía la elaboración de una pieza maestra, estaba en condiciones de obtener el rango de maestro. Un maestro podría abrir su propio taller y tomar aprendices. El proceso para llegar a ser maestro era largo y arduo, y pocos alcanzaban este estatus.

En su tratado sobre la pintura Cennino Cennini (1360-1437) aconsejaba que un aprendiz dedicara seis años a <<trabajar con los colores; y aprender a hervir la cola y moler el yeso; y a conseguir experiencia en las labores de pintar, embellecer con mordientes, aplicar capas de oro así como adquirir practica en el trabajo sobre la pared. 

A lo largo de este periodo de intenso adiestramiento técnico, el joven aprendiz debía acatar las estrictas normas del gremio local. Tales normas estaban relacionadas con la preservación de los secretos del oficio, también limitaban el derecho del aprendiz a vender objetos de su propia elaboración.

Durante la edad media algunos artesanos escribieron tratados sobre los problemas relacionados con la producción artesanal de los objetos. La aparición de buena parte de estos escritos se debía a que la producción de ciertos bienes era cada vez más compleja y diferenciada, y exigía mayor especialización y destreza. El taller se convirtió por lo tanto en un lugar donde se recogía y codificaba esta clase de información para hacer accesible a los profesionales. Uno de los tratados más importantes de aquella época se titula Sobre las diversas artes, y es obra de Theopilus Presbyter, datado de la primera mitad del siglo XII, por un monje probablemente miembro de la Orden Benedictina.

Las artes liberales, el arte antes de las bellas artes

Una característica distintiva de los talleres de pintura medievales era su enfoque en las artes liberales, que incluían el estudio de la geometría, la aritmética, la música, la gramática, la retórica y la lógica. Estas disciplinas se consideraban fundamentales para el desarrollo intelectual y artístico de los pintores, y se enseñaban junto con las técnicas de pintura en los talleres. El dominio de las artes liberales no solo ampliaba el conocimiento y la comprensión del mundo de los artistas, sino que también les permitía ascender en la escala social y alcanzar un estatus más elevado en la sociedad. Literalmente por ello se llamaban liberales, puesto que eran capaces de otorgar libertad no solo mental, sino social.

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Marten de Vos. Las siete artes liberales, 1590

La conexión entre las artes liberales y la pintura se remonta a la Antigüedad clásica, cuando se creía que el estudio de las disciplinas académicas cultivaba la mente y el alma, preparando a los artistas para crear obras de arte significativas y trascendentales. Durante la Edad Media, esta idea se perpetuó en los talleres de pintura, donde los aprendices pasaban años estudiando no solo las técnicas de pintura, sino también las artes liberales como parte integral de su formación.

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 Representación de la enseñanza de la geometría a partir de los Elementos de Euclides. Adelardo de Bath, principios del siglo XIV. Biblioteca británica, Londres

La importancia de las artes liberales en los talleres de pintura medieval no se limitaba solo al desarrollo intelectual de los artistas, sino que también tenía implicaciones prácticas y sociales. Aquellos que dominaban las artes liberales tenían más oportunidades de éxito en el mundo del arte y la sociedad en general, ya que podían comunicarse con mayor eficacia, comprender y apreciar la historia y la cultura, y participar en debates intelectuales y políticos.

Además de proporcionar una formación sólida en las artes liberales, era una manera efectiva para poder salir de sus propios estamentos en una sociedad que se encontraba con una jerarquía muy evidente la pintura liberaba junto con las artes liberales a las personas para poder dedicarse a lo que ellos deseaban, ya que no dependían de una estructura superior se mantenían al margen de estos rígidos sistemas mientras abrían su propio camino.

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Baccio Bandinelli. La Academia, 1550

Los talleres de pintura renacentistas y barrocos

Durante el Renacimiento, los pintores se integraban en gremios, asociaciones que regulaban la práctica artística. Estos gremios proporcionaban un marco estructurado para la enseñanza y la formación de los pintores, que comenzaban como aprendices y avanzaban gradualmente hacia la maestría. Bajo la tutela de un maestro experimentado, los aprendices pasaban años perfeccionando su oficio con jornadas diarias de múltiples horas, aprendiendo no solo las técnicas de la pintura, sino también los fundamentos de la anatomía, la perspectiva y la composición.

La enseñanza en esta época era práctica y centrada en el dominio de las habilidades técnicas, con énfasis en la observación directa y la imitación de modelos clásicos. A medida que los aprendices demostraban su destreza, obtenían mayor responsabilidad en el taller y la oportunidad de trabajar en proyectos más complejos, preparándolos para convertirse en maestros en su propio derecho.

Los talleres barrocos fueron el crisol de la creatividad artística durante el siglo XVII mantenían el ritmo de trabajo que se había adquirido en la época del Renacimiento. Pintores de renombre como Peter Paul Rubens dirigían equipos de cientos de artistas y aprendices. Estos talleres no solo eran centros de producción artística, sino también verdaderas escuelas de formación, donde la habilidad y la técnica se transmitían de maestro a discípulo. En estos espacios, jornadas completas de trabajo se dedicaban a la creación de obras maestras, gracias a la colaboración y el intercambio de ideas entre los artistas.

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Rubens y Frans Snyders . Prometeo (1610-1611) Philadelphia (PA), Museum of Art. Rubens decía abiertamente a sus compradores si los cuadros eran realizados completamente por él , o si los hacía junto con otros artístas y/o discípulos.

Los talleres de pintura del barroco tardío y posteriores

A finales del Barroco, los gobiernos emergieron como los principales mecenas en el mundo del arte, asumiendo un papel fundamental en la promoción y preservación de la pintura. Reconociendo el valor cultural y político del arte, muchos gobiernos establecieron escuelas y academias de pintura, que servían como centros de formación para artistas. Estas instituciones no solo proporcionaban educación en técnicas artísticas, sino que también inculcaban valores estéticos y culturales específicos, a menudo en línea con los ideales del gobierno o de la sociedad en general.

En México después de la Revolución Mexicana, se gestó un movimiento cultural liderado por figuras como José Vasconcelos, quien promovía una ideología de comunidad y acceso igualitario al arte. En este contexto, surgieron talleres de artistas y escuelas como la Escuela Mexicana de Pintura, con la intención de compartir el arte con el pueblo y democratizar el acceso a la educación artística.

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Academia de San Carlos, Ciudad de México. Primera escuela de arte en América.

Estos talleres se convirtieron en espacios de intercambio cultural, donde se transmitían múltiples técnicas y se rescataban aquellas que habían sido relegadas. La Escuela Mexicana de Pintura no solo se centraba en la enseñanza de las técnicas artísticas, sino que también buscaba integrar el arte en la construcción de una identidad nacional y en la promoción de valores sociales y políticos. De esta manera, se estableció una conexión estrecha entre el arte y la comunidad, en la que el conocimiento y la creatividad se compartían para beneficio de toda la sociedad.

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Academia de San Carlos en la época de la Escuela Mexicana de Pintura. En la foto se puede observar a Diego Rivera, al paisajista y vulcanólogo Gerardo Murillo (Dr. Atl) y a Carmen Mondragón, modelo, escritora y pintora.

La pintura como oficio, en el siglo XXI

En la actualidad, muchas escuelas de artes han optado por dejar de lado la enseñanza de la pintura, argumentando que esta disciplina no es algo que pueda enseñarse de manera convencional. Esta tendencia refleja un cambio de paradigma en la educación artística, donde se prioriza el desarrollo de la creatividad y la expresión personal sobre la adquisición de habilidades técnicas que permitan realmente manifestar dicha creatividad. 

Sin embargo, esta postura ha generado debates y críticas por parte de aquellos que defienden la importancia de preservar y transmitir las técnicas pictóricas como parte fundamental del patrimonio cultural y artístico internacional. La falta de énfasis en la pintura en las escuelas de arte plantea desafíos para las generaciones futuras de artistas y puede contribuir a la pérdida de conocimientos y habilidades que han sido fundamentales en la historia del arte mexicano e internacional.

Ttamayo, en contraposición a la tendencia predominante en algunas escuelas de arte, sostiene firmemente que las técnicas de pintura sí pueden y deben enseñarse. Desde nuestra perspectiva, dominar estas técnicas es fundamental para que un pintor obtenga la libertad necesaria en su expresión artística.

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Maestra Luz García en unos de sus talleres foráneos

El dominio de las técnicas tradicionales no solo proporciona las herramientas técnicas necesarias para materializar la visión creativa del artista, sino que también le brinda la confianza y la capacidad para explorar nuevas formas de expresión. Para Ttamayo, la enseñanza de las técnicas de pintura es un aspecto esencial en la formación de artistas y contribuye a preservar y enriquecer la plástica internacional.

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Alumna de Ttamayo aplicando los conomientos sobre la temperatura, carga, capas y socapas, etc. en la pintura.

Las técnicas de pintura en el Taller Tamayo

Al cerrar esta serie de textos que ha sido un recorrido por la historia del arte y la enseñanza de la pintura, queremos extenderte una invitación a que nos conozcas más. En Ttamayo encontrarás un espacio donde convergen la tradición y la innovación, un lugar donde los conocimientos del pasado se funden con la visión del futuro. 

Aquí, podrás explorar nuevas técnicas, perfeccionar tu arte y expandir tus horizontes creativos bajo la tutela experta de nuestros maestros. Con el legado inspirador de figuras como Luis Nishizawa y la maestra Luz García Ordóñez aún impartiendo varias clases, te invitamos a embarcarte en un emocionante viaje hacia la excelencia artística. ¿Estás listo para llevar tu arte al siguiente nivel y descubrir nuevas formas de expresión? Te esperamos en la Ttamayo, donde cada pincelada es una oportunidad para crecer y evolucionar como artista.

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