El alma de la tierra: qué son los pigmentos ocre y por qué perduran en el arte
Los pigmentos ocre han acompañado la historia de la expresión humana desde tiempos inmemoriales, encarnando la conexión más profunda entre el artista y la tierra misma. Se componen mayormente de minerales de óxidos de hierro hidratados —principalmente goethita (FeO(OH)) y hematita (Fe₂O₃)—, lo que les otorga una amplia gama de tonalidades que van desde amarillos cálidos hasta marrones intensos, rojos profundos o grises. Esta versatilidad de matices, sumada a su gran resistencia a la luz y a la degradación, explica por qué los pigmentos ocre se convirtieron en un recurso esencial para la humanidad a lo largo de milenios.


A diferencia de muchos pigmentos sintéticos de la era moderna, los pigmentos ocre conservan una sensación de naturalidad, de pertenencia a la tierra. Al aplicarlos, el pintor percibe una calidez terrosa que puede evocar escenas campesinas, paisajes otoñales o retratos con cierta melancolía tonal. Esta cualidad ha hecho de los pigmentos ocre un pilar de la paleta tradicional, muy valorada por su capacidad de generar atmósferas de autenticidad y profundidad emotiva.
Su durabilidad los convierte en aliados fiables no solo para la pintura de caballete, sino también para técnicas arquitectónicas e industriales. Emanan una robustez que evita la pérdida de color, aun si se exponen a la luz solar durante años. Además, la estabilidad química de los óxidos de hierro implica un menor riesgo de reacciones indeseadas con aglutinantes o barnices, lo cual aporta seguridad al artista y al restaurador que se encarga de su conservación a largo plazo.
Cuando se observan en diferentes técnicas, los pigmentos ocre pueden ofrecer una opacidad apreciable o, si se emplean en veladuras, una transparencia que deja filtrar la luz de manera tenue, como si se adentrara entre rocas y arenas. En un panorama donde el artista moderno busca nuevos recursos y sintetiza tradiciones pasadas con expresiones de vanguardia, estos pigmentos mantienen su relevancia, su carácter universal y su atemporalidad, jugando un papel clave en la continuidad de la historia pictórica.


The Temptation of Saint Anthony, ca. 1550/1575
Desde las cavernas hasta los grandes maestros: la historia de los pigmentos ocre
La presencia de los pigmentos ocre en el arte es tan antigua como el mismo acto de pintar. Numerosas evidencias halladas en cuevas de Europa, África y Australia confirman que el hombre prehistórico utilizó ocres para plasmar manos, figuras de caza o símbolos de carácter ritual en las paredes de sus moradas rupestres. La facilidad para extraerlos directamente de la tierra y su capacidad para adherirse a las superficies rocosas fueron cualidades determinantes en las primeras manifestaciones artísticas de la humanidad.
Con el paso de las civilizaciones, el uso de los pigmentos ocre no hizo sino expandirse. Los antiguos egipcios los emplearon en tumbas y murales, combinando la tonalidad rojiza del ocre calcinado con el amarillo ocre natural para lograr contrastes sorprendentes en sus representaciones de dioses y escenas cortesanas. También los romanos, grandes impulsores de la infraestructura urbana, utilizaron ocres en la decoración de sus villas y espacios públicos.
En la Edad Media, la elaboración de manuscritos iluminados y la creación de retablos góticos encontró en los pigmentos ocre un componente perfecto para la representación de fondos dorados suaves y de carnaciones con matices cálidos. Los monjes y miniaturistas valoraban su fiabilidad y la facilidad para mezclarlos con otros pigmentos. Más tarde, durante el Renacimiento y el Barroco, algunos de los pintores más destacados del mundo occidental —entre ellos Leonardo da Vinci o Caravaggio— utilizaron ocres para dar color a los suelos, las vestimentas humildes y los fondos crepusculares de sus composiciones. Así, la permanencia de este pigmento atraviesa la cronología del arte, reflejando la estrecha conexión de la humanidad con lo terrenal y lo simbólico.


The cosmic Buddha Vairochana, ca. 1100-1200
En muchas culturas mesoamericanas y andinas, los pigmentos ocre también tuvieron un papel relevante en la decoración de cerámicas, tejidos y en la elaboración de murales que registraban las escenas de la vida cotidiana y la iconografía de sus panteones. Este uso trascendió lo estético, simbolizando a menudo la fertilidad de la tierra y la protección de los antepasados, dado que el color ocre podía interpretarse como la sangre misma de la Tierra.
La llegada de técnicas al óleo y de proyectos monumentales renacentistas no extinguió la llama de estos pigmentos. Al contrario, pintores como Tiziano y Rembrandt supieron mezclarlos con otros matices para lograr sombras de intensa calidez y modelar las figuras de manera realista. Estos maestros del claroscuro apreciaban la habilidad de los ocres para insinuar la tridimensionalidad en la piel humana y en los objetos cotidianos, sin caer en excesos. Hacia la era moderna, los pigmentos ocre siguieron siendo la base de paletas que perseguían los tonos de la naturaleza y la nobleza de lo orgánico.
La química detrás de la calidez: estructura y propiedades de los pigmentos ocre
El rasgo fundamental que distingue a los pigmentos ocre es su composición a base de óxidos de hierro. Los más comunes son la goethita (FeO(OH)), que aporta tonalidades amarillentas, y la hematita (Fe₂O₃), responsable de los matices rojos u ocres más oscuros. La proporción relativa de estos minerales y el grado de hidratación del óxido de hierro determinan la variación de tonos: amarillos profundos si abunda la goethita, rojizos si predomina la hematita, y marrones si ambos se encuentran en equilibrio o si se someten a calcinación.


Este componente mineral define la excelente resistencia a la luz y a la degradación que caracteriza a los pigmentos ocre. Los óxidos de hierro se hallan en un estado muy estable desde el punto de vista termodinámico, por lo que la radiación ultravioleta no suele alterar su estructura ni modificar su color de manera significativa, al menos a lo largo de décadas. Dado que muchos de estos pigmentos proceden de fuentes naturales, sus cristales pueden incluir trazas de otros minerales, lo cual matiza las propiedades finales del color, generando variaciones sutiles de opacidad y saturación.
La calcinación, o tratamiento térmico, es otro factor químico que influye en la calidad y el tono de los pigmentos ocre. Al calentar el ocre natural, se expulsa parte del agua de su estructura, quedando un compuesto más rico en hematita, lo que intensifica los matices rojizos o marrones. Este proceso, conocido como “oquerización”, produce variantes de ocre denominadas “ocres calcinados”, que se reconocen por la fuerza y la calidez de su color. Por ello, los ocres pueden encontrarse en el comercio con nombres como “Ocre Amarillo Natural”, “Ocre Rojo Calcinado” o “Siena Tostada”, describiendo el grado de calcinación y la intensidad resultante.


En lo que concierne a la opacidad, los pigmentos ocre suelen ofrecer una cobertura moderada a alta, especialmente cuando se trata de formulaciones refinadas para bellas artes. Sin embargo, las técnicas de molienda y las adiciones de aditivos pueden realzar o reducir la opacidad, atendiendo a la preferencia del pintor. De la misma manera, la granulometría afecta la textura y la dispersión del pigmento en el aglutinante: partículas más finas generan apariencias más uniformes, mientras que partículas más gruesas pueden añadir un toque terroso y orgánico, apreciable a la vista y al tacto.


Tower of Babel, detail of painting in nave vault, Abbey Church of Saint-Savin-sur-Gartempe, ca. 1115
Transformando la naturaleza en arte: procesos de extracción y refinamiento del ocre
La obtención de los pigmentos ocre comienza con la localización de yacimientos naturales de estos minerales. Las canteras de ocre se encuentran en diversas partes del mundo, siendo algunas de las más famosas las de Roussillon en Francia, la región de Toscana en Italia y el suroeste de Estados Unidos. Una vez extraída la arcilla o la roca rica en óxidos de hierro, el material se somete a limpieza y purificación. Este proceso consiste en fragmentar la roca, eliminar impurezas como arenas o guijarros y, si es necesario, lavar con agua para retirar el exceso de polvo y sedimentos.
La “decantación” es una técnica frecuentemente utilizada en la producción de pigmentos ocre de alta calidad. El material molido se mezcla con agua, permitiendo que las partículas más pesadas se asienten, mientras se drenan las más ligeras. A continuación, el sedimentado se recoge y se deja secar al sol o se calienta de forma controlada en hornos industriales. El paso de calcinación, por otro lado, se aplica cuando se desea un matiz más fuerte o rojizo. Este método coloca el ocre en hornos a temperaturas que pueden variar, desprendiendo el agua de cristalinización y realzando la tonalidad.


A lo largo de la historia, los artistas han jugado con estos pasos de purificación y cocción para lograr la tonalidad exacta que buscaban en sus pigmentos. Grandes maestros como Leonardo da Vinci o Miguel Ángel no dudaban en solicitar a sus ayudantes la molienda y preparación meticulosa de ocres de diferentes canteras para adecuarlos a una obra en particular. Incluso, en épocas posteriores, era habitual que cada pintor tuviera recetas propias para mezclar y someter el ocre a temperaturas específicas, con el objetivo de encontrar ese matiz irrepetible que definiera su firma.
En nuestros días, este proceso de refinamiento sigue casi los mismos principios, aunque con la ayuda de maquinarias más avanzadas y análisis químicos precisos. El resultado son pigmentos ocre de calidad profesional, listos para mezclarse con aglutinantes y comercializarse en tubos o en polvo, satisfaciendo a un mercado que continúa valorando la calidez de este color tan natural como la tierra misma.
La evolución del ocre en la pintura: de los frescos medievales a la vanguardia contemporánea
La influencia de los pigmentos ocre puede rastrearse en prácticamente cualquier época o corriente artística, dado que su empleo es universal. En la pintura al fresco de la Edad Media y el Renacimiento, la paleta de ocres resultaba esencial para dar forma a los fondos y las carnaciones, combinándose con azules y rojos de origen mineral u orgánico para establecer contrastes. En obras religiosas y decorativas, el ocre amarillo participaba en la construcción de las carnaciones y del modelado lumínico de las figuras, mientras que el ocre rojo y el siena tostado se reservaban para sombreados y transiciones de tono hacia los marrones oscuros.
Con la llegada de las técnicas de temple y, posteriormente, del óleo, el ocre siguió reinando como un matiz de base para el lienzo. Cuando los artistas trabajaban capas superpuestas, el ocre podía servir como imprimación cálida o como subtonalidad para el paisaje, facilitando la integración de verdes, azules y rojos sobre una base amarronada que unificaba la atmósfera de la composición. Además, era común emplear estos ocres en la elaboración de fondos degradados donde los objetos y personajes principales se recortaban con precisión, ganando protagonismo a través del contraste tonal.


Four Scenes from the First Book of Samuel, late 11th century
En la acuarela, la adopción de pigmentos ocre se valora por la facilidad de lograr gradaciones suaves y la posibilidad de evocar escenas rurales o escenas con un clima antiguo, lleno de historia. Una pincelada de ocre amarillento, al fundirse con el blanco del papel, recrea una luz matinal o una arena costera con sorprendente sencillez. A su vez, en la acuarela contemporánea, el ocre se mezcla con azules fríos para tonalidades grises neutrales que permanecen envolventes.
La llegada de la pintura acrílica y la experimentación del siglo XX y XXI no destronaron la relevancia de los pigmentos ocre. Muy al contrario, corrientes artísticas interesadas en la materialidad de la obra, como el arte povera o las instalaciones multimediales, exploran el ocre en superficies rugosas y grandes extensiones, estableciendo un diálogo entre el espacio expositivo y la tierra que se plasma. Desde la textura seca de un muro hasta la apariencia de una superficie orgánica, el ocre evoca el paso del tiempo y la conexión primigenia con la naturaleza.
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Ocre en la práctica: obras maestras que hicieron historia con este pigmento
La impronta de los pigmentos ocre en la historia del arte se evidencia en piezas trascendentes de varias épocas. De la prehistoria, resultan ineludibles las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira en España o de Lascaux en Francia, donde las figuras de bisontes y caballos se definieron con ocres rojizos y amarillentos que han perdurado milenios. Estos primeros pintores ancestrales encontraron en el ocre una herramienta natural para retratar su entorno y su cosmovisión.
Siglos más tarde, la pintura egipcia antigua recurría a ocres amarillos y rojos para caracterizar pieles, ropajes y elementos arquitectónicos en los muros de las tumbas y en los papiros. El color ocre encapsulaba la idea de la fertilidad del Nilo y el tono de piel de sus gentes. Mientras tanto, en la civilización mesoamericana, las paredes de templos y palacios exhibían secuencias rituales donde el ocre, mezclado con otros pigmentos, realzaba los simbolismos religiosos y políticos.


Panel with Painted Image of Isis, 100
En el Renacimiento, Tiziano y Rafael aprovecharon las tonalidades del ocre amarillo y siena para componer fondos y bases de carnaciones que, en sucesivas capas, darían lugar a los retratos de una humanidad radiante, ennoblecida por los juegos lumínicos. Más adelante, en el Barroco, artistas como Diego Velázquez o el propio Caravaggio encontraron en el ocre una vía para diseñar la atmósfera dramática de sus escenas, puesto que el contraste con las luces focalizadas se hacía más contundente cuando partían de medios tonos terrosos.
Ya en el siglo XIX, corrientes como el paisajismo del realismo y el impresionismo bebieron de la versatilidad de estos pigmentos. En la representación de caminos polvorientos, de la luz filtrada en bosques otoñales o de la arquitectura rural, el ocre añadía esa sensación de calidez que conecta el ser humano con el suelo que pisa. Van Gogh, por ejemplo, recurrió con frecuencia al ocre para equilibrar los cielos azules intensos con suelos ocres y dorados, generando una suerte de compás visual entre lo terrestre y lo celeste. De esta amplitud de usos y concepciones queda claro que los pigmentos ocre han dado forma —literalmente— a centenares de obras cruciales en nuestro acervo cultural.
De la naturaleza al mercado: impacto de los pigmentos ocre en la industria artística


Head and Shoulders of a Woman (La Scapigliata), 1500-1505
La influencia de los pigmentos ocre se ha expandido del mundo natural a la fabricación industrial de pinturas y de una amplia variedad de materiales artísticos. De la misma forma que se convirtieron en un elemento vital en la paleta de los grandes maestros, también motivaron la consolidación de casas comerciales que extraían y procesaban ocres en regiones famosas, abasteciendo a talleres y pintores de diferentes naciones.
Durante la revolución industrial, la demanda de recubrimientos baratos y fiables condujo al desarrollo de técnicas más eficientes para la extracción y el refinado de ocres. La constancia de su color y la durabilidad los hicieron especialmente valiosos en la decoración de interiores, trabajos de ebanistería y la fabricación de lacas y barnices. Al mismo tiempo, las escuelas de bellas artes y los negocios de suministros introdujeron los tubos y botes de “Ocre Amarillo” y “Ocre Rojo” como básicos de toda paleta, al lado de blancos, negros y azules esenciales.
Con la aparición de pinturas de secado rápido y de productos acrílicos en la segunda mitad del siglo XX, los fabricantes se enfocaron en garantizar que la unión entre los pigmentos ocre y los polímeros fuera estable, lo que dio paso a gamas de pintura más resistentes a la humedad y a la radiación ultravioleta. Dichas innovaciones afianzaron la posición de estos pigmentos en mercados ajenos a la pintura de caballete, como el diseño de interiores o el revestimiento de mobiliario, donde la tonalidad ocre se asocia con un estilo rústico, tradicional o cálido.
En la industria de la restauración y el patrimonio histórico, los pigmentos ocre se han convertido en un referente para replicar los colores originales de monumentos y frescos antiguos. Su naturaleza mineral los hace compatibles con materiales pétreos y con morteros a base de cal, características que explican su idoneidad en la reparación de murales y fachadas de edificios históricos sin modificar sustancialmente el carácter del conjunto.


Lion, ca. 1200
Durabilidad y conservación: cómo preservar la riqueza de los pigmentos ocre
La estabilidad de los pigmentos ocre frente a la exposición prolongada a la luz y a las variaciones ambientales es una de sus virtudes más notorias. Sin embargo, como en toda obra de arte, ciertos cuidados resultan imprescindibles para asegurar la longevidad de las pinturas que los incorporan. A continuación, se exponen algunos lineamientos útiles para pintores y conservadores que deseen mantener la riqueza cromática de sus piezas:
- Control de la iluminación: Aunque los óxidos de hierro ofrecen una gran resistencia a la radiación ultravioleta, exponer una obra de arte directamente al sol puede, a la larga, producir leves cambios de tono o un desgaste en el aglutinante, repercutiendo en la calidad percibida del color. Un barniz con filtro UV o la ubicación de la obra en espacios con iluminación cuidada son herramientas valiosas.
- Atmósfera estable: Fluctuaciones drásticas de humedad o temperatura pueden causar tensiones en la capa pictórica o en el soporte, afectando la integridad de los pigmentos. Para aquellos trabajos ejecutados sobre superficies porosas como la madera o en técnicas al fresco, la estabilidad ambiental es esencial.
- Limpieza delicada: Si la obra se ensucia con polvo o partículas, se recomienda emplear paños suaves o brochas de cerdas blandas para retirar la suciedad. Solventes fuertes o el uso de paños abrasivos podrían dañar la película de pintura, aun si el pigmento en sí muestra buena resistencia.
- Compatibilidad con el aglutinante: Cuando se mezclan pigmentos ocre con resinas o aceites, el pintor debe asegurarse de la calidad y pureza del aglutinante. Una resina o un aceite inestable podría deteriorarse con el tiempo, arrastrando con él el pigmento y alterando la cohesión de la capa pictórica.
En comparación con otros pigmentos terrosos, los pigmentos ocre gozan de una ventaja innegable en cuanto a solidez y uniformidad de color. Su origen mineral aporta una inercia química que limita las reacciones con la atmósfera o con sustancias presentes en el ambiente. Esto, sin duda, justifica su popularidad en la pintura de exteriores y en las técnicas más expuestas a la fricción o al contacto.


Pastimes of a Spring Afternoon. Japan, Edo period (1615–1868), ca. 1781–89
Un lazo eterno con la tierra
En conclusión, la historia y el presente de los pigmentos ocre evidencian que su permanencia en la paleta artística es más que una mera coincidencia. Desde las más antiguas cavernas a los modernos estudios, su versatilidad cromática y su carácter de puente entre lo natural y la creación humana les ha conferido un lugar privilegiado. En el acto de aplicar un ocre sobre el lienzo, el artista no solo da color, sino que también retoma un gesto ancestral: el de plasmar sobre la superficie la tierra misma, transformada en luz, sombra y narración.
La sólida conexión de estos pigmentos con la historia del arte resulta profundamente inspiradora para pintores, restauradores y fabricantes de materiales creativos. Sus tonos terrosos y rojizos reflejan, además, la calidez y la cercanía que las personas perciben en los paisajes y en las evocaciones de lo orgánico, de lo que viene del subsuelo y, a la vez, se erige en un lenguaje universal. En un mundo que valora la sostenibilidad y la autenticidad, los pigmentos ocre resurgen con la misma pertinencia que tuvieron hace milenios: recordarnos nuestra armonía con la naturaleza y permitirnos pintar con la huella de la tierra misma.


The Angel of the Annunciation, ca. 1333