El azul que renovó el arte: qué son los pigmentos ultramar y por qué siguen siendo esenciales
En la vasta familia de azules disponibles para los pintores contemporáneos, los pigmentos ultramar ostentan un lugar de privilegio. Pese a su legendario pasado vinculado a la piedra lapislázuli, hoy su relevancia recae casi por completo en su versión sintética, que transformó la forma de concebir el color azul desde la industrialización del siglo XIX. El ultramar sintético es un compuesto inorgánico que recrea con fidelidad el misticismo visual del ultramar natural, pero con el inmenso beneficio de ser asequible y de una calidad constante. Quienes trabajan con óleo, acrílico o acuarela reconocen la nobleza de los pigmentos ultramar por su tonalidad profunda y su capacidad para sumergir las obras en una atmósfera serena, casi mística.
La clave de la perdurabilidad de los pigmentos ultramar es su resistencia frente a la radiación ultravioleta y su inercia química, que les permite conservar su brillo con el paso de las décadas. A diferencia de muchos otros azules orgánicos, que pueden tender a oscurecerse o empalidecer con la exposición a la luz, los pigmentos ultramar sintéticos se mantienen estables y preservan esa cualidad de azul celeste que cautivó a los grandes maestros de la historia, solo que ahora sin las restricciones económicas ni la dependencia de la piedra lapislázuli natural. Para el artista moderno, ello significa tener al alcance un color que sintetiza historia y practicidad, sirviendo tanto a la tradición pictórica como a los discursos contemporáneos más diversos.
Al hablar de “pigmentos ultramar”, en la práctica artística actual se hace referencia casi exclusiva a la síntesis que logró democratizar este azul precioso. La excavación del lapislázuli —aun si no ha desaparecido del todo— se reserva hoy para usos puntuales, como la restauración de obras antiguas o la creación de pinturas de lujo. Pero en el día a día del taller, el ultramar sintético domina sin atenuantes: no hay riesgo de vetas de calcita o pirita que ensucien el color, ni grandes costos adicionales.
El pintor adquiere un tono fiable, brillante y noble, capaz de combinar con ocres o rojos para lograr matices violáceos o grises azulados de singular riqueza. La experiencia de pintar un cielo con estos pigmentos ultramar evoca la eternidad del arte medieval, aun cuando la técnica haya evolucionado hacia el acrílico o el óleo industrializado.


Young Woman with a Water Pitcher, 1662
Breve herencia del lapislázuli: la transición hacia el ultramar sintético
Durante la Edad Media y el Renacimiento, el lapislázuli, extraído en las minas de Badakhshán (en la actual Afganistán), era procesado para aislar la lazurita responsable del color azul intenso. Este procedimiento tan arduo convertía a los pigmentos ultramar naturales en un tesoro literal, más caro que el oro en muchos mercados de Europa. Su uso se restringía a los pasajes sacros en retablos o en los ropajes de la Virgen, un hecho que daba fe del poder económico del comitente que costeaba aquella pintura.
Sin embargo, la revolución que llevó al ultramar a integrarse plenamente en la paleta contemporánea se dio en el siglo XIX, cuando químicos europeos desarrollaron la fórmula sintética que permitía reproducir la estructura química de la lazurita sin necesidad de costosos traslados de mineral ni de un extenuante proceso de purificación. De un costoso lujo medieval, pasó a un pigmento económicamente accesible y homogéneo, consolidando la supremacía del color azul en la pintura moderna. Con la llegada de la era industrial y de nuevas corrientes artísticas, el ultramar sintético se convirtió en un color infaltable en los tubos de óleo y acuarela que circulaban por talleres de toda Europa, y que luego se expandieron al resto del mundo.
Esa transición hacia los pigmentos ultramar sintéticos no significó el olvido del lapislázuli natural, pero sí supuso la pérdida de su monopolio. El carísimo pigmento medieval que solamente se pintaba en las zonas más nobles de una obra, podía ahora cubrir lienzos enteros o murales sin superar el presupuesto de un artista común. Este logro democratizador responde a la confluencia de la química y la necesidad histórica de liberar al arte de restricciones económicas absurdas.
Así, aunque el ultramar natural se reserva para tareas de restauración y ciertos proyectos de gran refinamiento, el artista del presente que desea un azul limpio, estable y dotado de un aura casi mística acude a los pigmentos ultramar sintéticos, con la certeza de que heredó la misma profundidad cromática que maravilló a Giotto y a Tiziano.


Frescoes on north wall of Scrovegni (Arena) Chapel, 1305-1306
Conoce más de su historia en este texto.
Entre minerales y laboratorio: la química de los pigmentos ultramar en su versión sintética
Los pigmentos ultramar encuentran su base en la silicatación, un proceso que mezcla silicatos de sodio y aluminio con azufre, permitiendo la formación de una red cristalina análoga a la lazurita. En la síntesis industrial se combinan arenas silíceas, arcillas, carbonatos e inclusive carbón en condiciones de calor y atmósfera controladas, reproduciendo la estructura que dispersa la luz en un tono azul profundo. El ultramar sintético, por tanto, no es una simple imitación de color, sino la recreación de la matriz cristalina que definía al lapislázuli, aunque en este caso elaborado con reactivos inorgánicos sin la necesidad de la gema original.


Su resistencia ante la luz deriva de esta misma estructura, que resulta estable y no se degrada con facilidad en presencia de radiación UV. El resultado es un pigmento que, ya sea integrado en un aglutinante al óleo, una resina acrílica o una emulsión vinílica, se conserva sin alteraciones significativas a lo largo de los años. Esta fiabilidad asegura que los cuadros pintados con ultramar sintético no se oscurezcan ni experimenten transformaciones químicas que puedan causar decoloraciones o cambios de matiz.
A diferencia del ultramar natural, que presenta vetas y partículas de distinta pureza, los pigmentos ultramar sintéticos exhiben uniformidad en las partículas , algo que se traduce en un color homogéneo y una dispersión más sencilla al mezclarlo con barnices, aceites u otras sustancias en el estudio. De hecho, las casas de pinturas suelen ofrecer dos o más versiones de ultramar sintético, una más transparente y otra más opaca, lo cual se consigue modulando el tamaño de partícula o la superficie específica que determina la absorción y la reflexión de la luz.
Un aspecto fascinante de estos pigmentos ultramar es su relativa inercia: no contienen metales pesados ni generan subproductos tóxicos, por lo que su manipulación es más segura que la de muchos otros pigmentos históricos. Se recomienda, no obstante, tomar las precauciones normales al manejar cualquier polvo fino, como usar mascarilla y ventilación adecuada, pues la inhalación de partículas inorgánicas no deja de ser un riesgo. Sin embargo, comparado con alternativas del pasado, los pigmentos ultramar sintéticos, constituyen una opción mucho menos problemática para la salud, tanto del pintor como del medio ambiente.


Lady with red Top, 1955
El azul en constante perfeccionamiento: innovaciones recientes en pigmentos ultramar
Aunque el ultramar sintético data de la primera mitad del siglo XIX, su producción e investigación no han cesado. Con el paso de los años, la industria ha emprendido mejoras continuas para ofrecer pigmentos ultramar con propiedades de dispersión aún más óptimas y una resistencia química a entornos agresivos, como el de murales urbanos expuestos a la polución y cambios climáticos drásticos. Gracias a estas mejoras, hoy es fácil encontrar presentaciones de pigmentos ultramar sintéticos, en óleo, acrílico, temple y hasta en polvo para formuleros que elaboran sus propias mezclas.
La nanotecnología permite ajustar la granulometría a niveles antes impensables, de modo que la transparencia y el brillo pueden incrementarse en el medio acrílico o en las resinas epóxicas. Además, se han desarrollado métodos de síntesis que reducen la emisión de gases contaminantes y el gasto energético, alineándose con la creciente preocupación por la sostenibilidad en la producción de materiales artísticos. Estas innovaciones no solo benefician al pintor profesional, sino también a otras industrias, incluidas la de recubrimientos metálicos, la de la cerámica y la cosmética, que utilizan ultramar en determinados productos para aportar un color azul luminoso y resistente.
En la actualidad, algunos laboratorios trabajan en crear gamas de pigmentos ultramar con tonalidades calibradas para escalas específicas. Así, se hallan versiones de ultramar “puro” y otras que tiran hacia el violeta o el cian, útiles en la impresión y la elaboración de gamas de pintura con nombres comerciales diferenciados. La esencia, no obstante, permanece inmutable: un pigmento estable que reproduce el fulgor del lapislázuli sin las limitaciones de la extracción y el altísimo coste del método medieval.


Woman on the lakeside
El azul que ha marcado hitos: pigmentos ultramar en obras maestras modernas
Cuando se habla de pigmentos ultramar en la pintura contemporánea, tiende a pensarse en murales y lienzos de la vanguardia y el modernismo, más que en el lapislázuli original. Muchas creaciones del expresionismo abstracto, por ejemplo, se basan en la profundidad que el ultramar sintético aporta para generar contrastes emocionales e intensidades de color que envuelven al espectador. Artistas que juegan con grandes extensiones de tonalidades sólidas encuentran en el ultramar la capacidad de proyectar una atmósfera sensorial que puede ser tan suave o penetrante como se desee, dependiendo de la densidad y la mezcla con blancos y grises.
En técnicas como el mural urbano, el acrílico de pigmentos ultramar se emplea para realzar zonas que deslumbran bajo la luz diurna, resistiendo la acción de la radiación solar directa sin una degradación apreciable. Pintores callejeros de fama internacional destacan la diferencia que supone el ultramar con relación a otros azules orgánicos, ya que conserva su pureza a lo largo de semanas y meses, incluso cuando la pieza está a la intemperie. De esta manera, se ensancha la línea histórica que va desde Giotto hasta el grafiti contemporáneo, pasando por la paleta sintética que cierra la brecha de lo inalcanzable y lo hace asequible para cualquiera.
Asimismo, pintores figurativos realistas hallan en el ultramar sintético una herramienta para la representación de la piel humana en zonas de penumbra o en atmósferas frías, mezclándolo con rojos para obtener violetas cálidos o con amarillos para tonalidades verdes sutiles, creando transiciones fluidas e impecables. Todo ello sin las diferencias de lote o la impredecible calidad que afectaban al ultramar antiguo, cuando se dependía exclusivamente de la disponibilidad y la pureza del lapislázuli en cada temporada.


Lago Maggiore, ca. 1950
La magia del ultramar sintético en la práctica artística contemporánea
El uso de los pigmentos ultramar en la actualidad suele enfocarse casi por completo en su versión sintética, unánimemente elegida por su estabilidad, uniformidad y coste razonable. Para cualquier pintor que busque un color azul profundo, apto para las más variadas técnicas, el ultramar sintético emerge como un aliado de primer orden. Su capacidad de mezclarse con blanco de titanio sin volverse lechoso de inmediato hace que los gradientes sean un juego sencillo, y su resistencia a la mezcla con tonos terrosos o metálicos reduce el riesgo de giros cromáticos imprevistos.
En la técnica del glazing, un poco de ultramar sintético diluido en un medium acrílico o de óleo permite lavados sutiles en retratos, paisajes u obras abstractas, otorgando una tercera dimensión lumínica. El pintor que ama las capas superpuestas y la exploración de la transparencia encuentra en este pigmento la clave para reproducir cielos crepusculares, lagos o elementos distantes que con otra familia de azules no alcanzarían la misma nitidez. Al final, el recubrimiento con barniz añade un toque final de brillo que exalta la riqueza subterránea del color.
La libertad que confieren los pigmentos ultramar sintéticos para grandes superficies se valora también en instalaciones y escenarios teatrales, donde la necesidad de un azul poderoso y duradero constituye un desafío. No es raro ver escenarios pintados con acrílicos al ultramar para sugerir profundidad y atmósfera nocturna, complementados con iluminación adecuada para magnificar su aura mística. Tales usos relucen en la paleta moderna, subrayando que la emoción que antes se reservaba a espacios religiosos o aristocráticos, ahora se extiende a cualquier lugar que busque la inspiración de un azul conmovedor.


La toilette, 1904
Del arte a la industria: el impacto de los pigmentos ultramar en el mercado
La industrialización del ultramar sintético revolucionó el mercado de la pintura, liberando un pigmento que por siglos se había considerado un lujo inalcanzable. Los fabricantes de pinturas vieron en él la posibilidad de ofrecer un azul estable y de precio competitivo, lo que transformó no solo la práctica de los grandes artistas, sino también la pintura decorativa e industrial. La popularización de los pigmentos ultramar como parte de las gamas profesionales se convirtió en un estándar de la oferta de las marcas reconocidas. Hasta las escuelas de arte y los amateurs curiosos pudieron incorporar la mística del azul ultramar a sus ejercicios diarios.
En otras industrias, las mismas virtudes de resistencia cromática y química del ultramar sintético avalan su uso en recubrimientos plásticos, en la cerámica y en la cosmética, donde un azul brillante y de alta tolerancia a la irradiación UV resulta clave para muchos productos. Por su parte, la moda y el diseño de interiores aprecian este azul intenso en telas, muros y accesorios, confirmando que la función simbólica del ultramar va más allá de la mera ilustración: una casa pintada con ese azul, o un objeto decorativo, rara vez pasa inadvertido.
La restauración de patrimonio histórico es otro ámbito beneficiado. El ultramar sintético permite a los restauradores reponer o retocar zonas de frescos y pinturas que, con el paso de los siglos, perdieron su capa de pigmento o nunca la tuvieron, logrando un color prácticamente indistinguible del original sin depender de la extracción de lapislázuli, un recurso más caro y ambientalmente cuestionable. De esta forma, el ultramar sintético, lejos de suplantar la leyenda del lapislázuli, la enriquece y la preserva para la posteridad.


Femme assise (Marie-Thérèse), 1936
La resistencia del azul eterno: durabilidad y conservación de los pigmentos ultramar
Pocos colores en la historia han probado tanta resistencia como los pigmentos ultramar, en especial en su variante sintética. Comparados con otros azules, como el añil o algunos colorantes orgánicos, el ultramar posee una resistencia a la radiación UV muy superior, y no suele amarillear o desvanecerse en condiciones normales de luz. Ello no implica que la obra sea inmune a los cambios: exponerla a la luz solar directa de manera constante durante años podría atenuar mínimamente la saturación, si bien el cambio sería menos drástico que en otros pigmentos.
En la práctica de la conservación, se recomienda proteger la pintura con barnices adecuados que incluyan filtros UV para prolongar la intensidad del color. Del mismo modo, el control de la temperatura y la humedad en el ambiente expositivo contribuye a evitar problemas de desprendimiento o de formación de microfisuras. En la mayoría de los casos, sin embargo, el ultramar no es el elemento que cede a la degradación, sino los aglutinantes o las otras capas de la pintura. Este rasgo de robustez química consolida su reputación como un color casi perenne.
La compatibilidad con otros pigmentos es por lo general buena, y no se han documentado grandes conflictos de naturaleza química que puedan alterar la tonalidad del ultramar al mezclarlo con, por ejemplo, rojos de cadmio o amarillos de cobalto. Más bien, el reto puede radicar en la dominancia visual del ultramar en mezclas con colores de baja saturación o transparencia. Para el pintor que asume tal mezcla, conviene graduar con cuidado la proporción de azul a fin de no ofuscar los matices que desea construir.
En sumatoria, la solidez que el ultramar sintético ofrece ante la luz, la polución y el envejecimiento, conjuntamente con su belleza intrínseca, perpetúa su estatus de color indispensable en la paleta. Su dependencia no es solo histórica, pues la mayoría de las corrientes artísticas que buscaron sumergirse en un azul brillante y honesto hallaron en estos pigmentos ultramar la respuesta ideal, capaz de trascender modas y técnicas para instalarse en el corazón de la pintura de todas las épocas.


Sunlight in a Cafeteria, 1958
Un azul que abraza modernidad y tradición
Los pigmentos ultramar, en su versión sintética, forman parte del núcleo de la paleta contemporánea, hermanando el legado de lapislázuli con la ciencia de la modernidad. Este azul onírico, tan codiciado por los maestros antiguos, se hizo accesible para la pintura cotidiana tras la invención industrial del siglo XIX, inaugurando una nueva etapa del color en la que no era preciso ser un aristócrata o un alto jerarca eclesiástico para costear una pincelada de cielo.
Hoy en día, el ultramar sintético comparece tanto en murales urbanos como en minuciosos retratos académicos, en experimentos abstractos o en la restauración de frescos medievales. Su química estable, la intensa reflexión de la luz que produce su estructura cristalina y la emotividad que transmite su tonalidad, confirman que el ultramar no se limita a un mero recurso estético; es un símbolo de la capacidad de la humanidad para capturar la esencia de lo intangible —el cielo y el mar— dentro de un matraz de laboratorio.
Quien recurre a este pigmento en el taller lo hace sabiendo que, al proyectar ese azul sobre un lienzo, están presentes las huellas de una historia fascinante y los beneficios de un desarrollo científico que permitió trasladar la piedra lapislázuli de los montes afganos al prisma cromático que llamamos arte. Con un simple trazo de pincel, los pigmentos ultramar evocan siglos de devoción y de pasión por la pureza del color, ahora fusionados con la libertad creativa que caracteriza la paleta moderna.


The Carry, 2008