En la historia de los colores, los pigmentos negros ocupan un lugar ambiguo: lo mismo sirven para contener el espacio que para absorberlo, para trazar el límite que para abolirlo. Negro no es sombra, ni ausencia. Es sustancia. Allí donde la luz se detiene, donde el espectro se curva hacia lo invisible, emerge un campo material que ha acompañado al pintor desde el primer trazo sobre la roca hasta los recubrimientos industriales de nanotubos.

Los alquimistas de la Antigüedad lo conocían como resultado de la combustión incompleta, lo recogían en forma de hollín, lo diluían con colas animales y lo aplicaban sobre manuscritos sagrados. La pintura moderna, en cambio, lo muele, lo mide, lo indexa y lo reformula: negro de humo, negro de hueso, negro de carbón, negro de hierro, negro vegetal, negro de cobalto, negro magnetita. Cada uno con estructura, densidad, dispersión y permanencia distintas. Lo que para el ojo es una masa opaca, para el pintor es un catálogo de posibilidades técnicas y químicas.

Los pigmentos negros no se mezclan con ligereza. Su poder de tinción, su comportamiento frente a la luz, su relación con otros pigmentos —especialmente con los blancos y tierras— exige un dominio que va más allá de lo cromático. Son pigmentos que sedimentan si no se dispersan correctamente, que opacan si se aplican en exceso, que deforman la mezcla si se combinan sin previsión. Son, también, los más empleados para delimitar contornos, para crear volumen o para velar el plano pictórico. Por eso, conocer su comportamiento no es una opción: es un requisito material.

Pigmentos negros
Francisco de Goya,
Saturn Devouring One of His Sons. (From the series of Black Paintings.), 1819-1823

El negro no es un solo pigmento. El negro es una familia entera de compuestos con comportamientos distintos. El negro de marfil PBk9 actúa diferente al negro de humo PBk7; el negro de Marte PBk11 se comporta de manera opuesta al negro de vid PBk8 o al negro de óxido de cobalto PBk26. La densidad óptica, el tamaño de partícula, la polaridad química, la estabilidad térmica o la resistencia a la luz definen la elección de uno u otro según la técnica. Pintar en fresco no permite el mismo negro que en acrílico; imprimir con tinta tipográfica no equivale a velar un fondo de temple graso.

A pesar de su ubicuidad, pocos pigmentos son tan mal comprendidos como los negros. Quizá por esa familiaridad aparente, su estudio ha sido relegado a notas marginales. Pero quien ha molido un negro de hueso sabe que su resistencia a la dispersión requiere otro tiempo. Quien ha limpiado una obra antigua conoce los efectos del manganeso sobre los barnices oxidados. Quien ha restaurado una base de negro carbón detecta las zonas donde la inestabilidad del pigmento afectó la película pictórica. Este texto se dedica a ellos: no al símbolo, sino a la sustancia.

Fuego, carbón y hueso: genealogía de los pigmentos negros

Los primeros pigmentos negros no se fabricaron: se recolectaron. Eran el resultado directo de procesos naturales —la combustión incompleta de la materia, la descomposición de vegetales, la oxidación del hierro o el depósito de hollín en superficies rocosas—. En las cuevas paleolíticas de Altamira, Chauvet y Lascaux, los pigmentos empleados para delinear animales, manos y símbolos procedían principalmente del carbón vegetal, triturado en polvo y aglutinado con saliva, grasa o resina. Ese primer negro, irregular, polvoriento y áspero, marcó el inicio del gesto pictórico.

Durante milenios, el negro siguió siendo un pigmento ligado al fuego. Los antiguos egipcios empleaban el negro de humo, obtenido por recolección de hollín sobre vasijas invertidas expuestas a lámparas de aceite. Lo llamaban khemet, y se asociaba no solo con la oscuridad sino también con la fertilidad del limo del Nilo. El negro era el color del renacimiento, no del luto. En los papiros y frescos egipcios, los pigmentos negros servían tanto para delinear figuras como para escribir, lo cual anticipa su papel central en la construcción de formas.

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Shin Button,
flying Fuji and onsen 2, 2012

Los romanos y griegos continuaron con el uso del negro vegetal y lo sistematizaron. Vitruvio describió el proceso para generar atramentum, una tinta negra a base de hollín que también podía adaptarse a fórmulas pictóricas. En Pompeya y Herculano, las investigaciones arqueológicas han revelado que se utilizaban distintos tipos de pigmentos negros según la capa pictórica: unos más densos para fondos, otros más diluidos para contornos o escritura mural.

En Asia, se desarrollaron técnicas paralelas. El negro de tinta china —también basado en hollín y goma— adquirió un estatus técnico y filosófico. Pintores y calígrafos clasificaban los pigmentos negros no por su intensidad, sino por su "calidad de humo", textura, velocidad de secado y resonancia sobre el papel. Esta distinción muestra que el negro no era una masa cromática, sino una categoría compleja de comportamiento material.

Durante la Edad Media, el uso de negro se intensificó en manuscritos iluminados, pero también en frescos murales y retablos. Se empleaban pigmentos negros como el negro de hueso —obtenido por calcinación de huesos animales—, el negro de vid —a partir de sarmientos de vid carbonizados— y el negro de hierro, proveniente de óxidos ferrosos. Estos pigmentos diferían no solo en color, sino en comportamiento químico: algunos se mezclaban mejor con temple de huevo, otros ofrecían mayor opacidad en medios grasos.

Con la expansión de la alquimia y los primeros tratados sobre materiales artísticos, el conocimiento sobre pigmentos negros comenzó a sistematizarse. Cennino Cennini describe varias formas de obtención de negro y sus aplicaciones, advirtiendo, por ejemplo, que el negro de humo debía almacenarse en pieles secas y molerse muy fino para evitar grumos. Para Cennini, cada negro tenía su uso: uno para rostros, otro para fondos, otro para vestiduras. Su diferenciación anticipa lo que hoy se conoce como ajuste cromático funcional según el índice Colour Index.

En la era moderna, la Revolución Industrial transformó por completo la producción de pigmentos. La aparición del negro de carbón (PBk7), producido por la combustión de aceites pesados o gas natural en hornos industriales, permitió la generación de pigmentos negros de alta densidad y estabilidad. Se estandarizó su uso en pintura, impresión, tintas tipográficas y esmaltes. Su poder de cobertura y bajo costo lo hicieron omnipresente, pero no sin consecuencias: su densidad dificultaba la mezcla con pigmentos delicados y su tamaño de partícula interfería con algunos aglutinantes naturales.

Además del negro de carbón, surgieron otros pigmentos negros estandarizados en la nomenclatura Colour Index: el PBk9 (negro de marfil), derivado de hueso calcinado; el PBk11 (negro de Marte), un óxido de hierro sintético de tono terroso; el PBk8 (negro de vid), menos común pero apreciado por su temperatura intermedia. Cada uno con diferente índice de refracción, compatibilidad química y comportamiento óptico. Para el pintor contemporáneo, estos pigmentos ya no son “negro” en singular, sino una gama de compuestos a elegir con precisión quirúrgica según el efecto deseado, el medio y la permanencia esperada.

Los pigmentos negros, desde su origen más rudimentario hasta su formulación moderna, no han perdido su centralidad. Son la estructura de fondo, el andamiaje tonal, el punto de partida y de llegada. No son un color auxiliar, sino un campo técnico en sí mismo, cargado de historia, materialidad y complejidad. Quien los conoce, los elige. Quien los ignora, los padece.

Arquitectura de la sombra: usos artísticos del negro en la pintura

En el oficio pictórico, el negro ha sido, desde sus orígenes, mucho más que un valor tonal. Ha funcionado como estructura, como límite y como medio de condensación formal. En términos estrictamente materiales, los pigmentos negros permiten definir la jerarquía espacial de una imagen, generar masa, absorber luz, o construir planos donde otros colores encuentran su contención. Lejos de ser una ausencia, el negro ha sido históricamente una sustancia activa que organiza la percepción.

Esta concepción no es exclusiva de la pintura occidental. En la tradición de la tinta oriental, particularmente en el sumi-e japonés y la pintura china con tinta de pino o tinta de laca, el negro representa la totalidad de la escala cromática. La filosofía estética que sustenta estas prácticas reconoce en el negro todas las potencialidades del color. No es un extremo del espectro, sino su síntesis. En este contexto, los pigmentos negros son tratados con el mismo cuidado que se daría a una paleta completa: diluidos, decantados, decapados y reaplicados hasta obtener variaciones casi infinitas de textura, tono y humedad.

El pintor de tinta trabaja no con un negro, sino con un campo dinámico de grises, desde el “negro muerto” al “gris vivo”. Cada trazo contiene información sobre el pigmento, el papel, el agua y el gesto. Esta tradición, desarrollada a lo largo de más de mil años, ha influido profundamente en la pintura contemporánea, no solo en Oriente, sino también en Occidente, donde artistas como Franz Kline o Pierre Alechinsky asimilaron su lógica material y compositiva. Hoy, muchos pintores formados en academias occidentales emplean los pigmentos negros con un enfoque derivado de esa concepción: como campo vivo, no como relleno opaco.

En el claroscuro europeo, el negro fue la clave para modular la luz. Caravaggio utilizó fondos negros no como vacío, sino como articulación espacial desde la cual emergía la figura. Rembrandt, por su parte, prefería el negro de hueso PBk9 por su temperatura cálida y su capacidad para enlazarse con las tierras sin perder profundidad. En ambos casos, los pigmentos negros no eran empleados de forma absoluta, sino combinados, velados, mezclados estratégicamente para construir cuerpos y atmósferas. La sombra era una forma activa.

Durante el siglo XIX, el negro adquirió mayor protagonismo. Goya no lo utilizó como contorno, sino como superficie total. En sus pinturas negras, aplicadas directamente sobre los muros de su casa, el negro se convierte en materia narrativa. La carga simbólica del color es inseparable de su composición física: capas superpuestas de negro de carbón y ocres, trabajadas en espesores variables. Cada grieta, cada zona mate o brillante, revela una elección técnica. Los pigmentos negros son, en este caso, parte del lenguaje, no sólo del fondo.

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Francisco de Goya,
The Duchess of Alba, 1797

En el siglo XX, la influencia de la pintura oriental reaparece con fuerza. Las pinturas negras de Ad Reinhardt, por ejemplo, presentan superficies homogéneas a simple vista, pero construidas a partir de distintas fórmulas de negro, cada una con un nivel de reflectancia específico. A través de la repetición y la restricción cromática, Reinhardt recupera el enfoque del sumi-e: una pintura que exige atención prolongada y respuesta óptica gradual. El negro no se revela de inmediato; hay que esperarlo.

Artistas como Soulages llevaron este principio al extremo. Con su serie “Outrenoir”, construyó superficies completamente negras, moduladas únicamente por la textura, la dirección de la pincelada y la reflexión de la luz. Aquí, los pigmentos negros son seleccionados no por su intensidad, sino por su interacción con la luz rasantada: negros mates para absorber, negros brillantes para devolver reflejo. Esta concepción técnica del negro —como superficie reactiva— tiene una deuda directa con el manejo tradicional de la tinta en oriente.

Incluso en la práctica contemporánea más funcional, los pigmentos negros han dejado de ser un simple contorno. En técnicas mixtas, pintura digital, instalaciones o soportes expandibles, el negro se elige con conciencia: el negro de humo PBk7 para opacidad máxima; el negro de óxido PBk11 para calidez terrosa; el negro de marfil PBk9 para veladuras orgánicas; el negro magnetita PBk30 para efectos metálicos. Cada elección implica una lógica material que, aunque distinta, sigue dialogando con la tradición del sumi-e: observar el comportamiento del pigmento antes de aplicarlo.

Trabajar con negro exige sensibilidad y control. En muchas tradiciones, el aprendizaje comienza por el negro. No porque sea el más simple, sino porque es el más exigente: no permite corrección, no disimula el error, no tolera la imprecisión. Dominar los pigmentos negros implica aprender a ver donde otros solo ven oscuridad.

Tiempos, vehículos y reactividad: los pigmentos negros en cada técnica

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Michelangelo Merisi da Caravaggio,
Nativity with St. Francis and St. Lawrence, 1609

La elección de un pigmento no es solamente una cuestión cromática. En la práctica artística, cada técnica impone condiciones físicas y químicas que determinan la viabilidad, permanencia y comportamiento del color. En el caso de los pigmentos negros, estas variaciones son particularmente significativas. No todos los negros se comportan igual en óleo, acrílico, acuarela o fresco. Un negro que funciona perfectamente en emulsión acrílica puede resultar inestable en temple; uno que resiste la luz en óleo puede perder intensidad si se aplica como tinta. La técnica define la función del pigmento tanto como su composición.

En pintura al óleo, los pigmentos negros más utilizados son el PBk9 (negro de marfil), el PBk11 (negro de Marte) y el PBk7 (negro de humo). El negro de marfil, derivado de hueso calcinado, ofrece una opacidad media con un matiz ligeramente cálido. Es ideal para veladuras densas, retratos y mezclas con tierras. El negro de Marte, un óxido de hierro sintético, proporciona una textura terrosa, seca, útil para modelar volúmenes sin saturar la superficie.

El negro de humo, en cambio, tiene un poder de tinción elevado y una gran opacidad, pero puede generar capas demasiado absorbentes si no se combina con aceites adecuados. En óleo, la elección del aglutinante (linaza, nuez, adición de resinas) puede modificar por completo la forma en que el negro interactúa con el soporte.

En técnicas como el tenebrismo barroco, se aprovechó la naturaleza óptica de ciertos pigmentos negros con partícula extremadamente fina —especialmente el PBk7— para generar lo que hoy se define como "trampas de luz". Estas capas absorbentes, aplicadas como fondos o zonas de sombra, no reflejan la luz incidente y generan una impresión de profundidad no alcanzable con colores opacos de grano grueso. Pintores como Caravaggio, Ribera o Zurbarán trabajaban estas capas con negro de humo mezclado con resinas o barnices para reforzar su absorción. En combinación con luces cálidas aplicadas sobre blanco de plomo, el resultado era una atmósfera óptica más que cromática.

Este principio sigue siendo válido en la pintura contemporánea al óleo. Un negro con partícula de tamaño submicrónico, bien dispersado, aplicado en capas finas y sin carga mineral, absorbe gran parte de la luz visible, oscureciendo el plano sin necesidad de saturación de pigmento. El resultado es una sombra viva, reactiva, que permite modelar por contraste sin "ensuciar" el color. Los pigmentos negros utilizados con esta estrategia requieren dispersión completa, molienda fina y aplicación controlada: cualquier irregularidad en la capa genera brillos indeseados que rompen el efecto.

En acrílico, los pigmentos negros deben responder a velocidades de secado aceleradas y a una matriz polimérica de pH ligeramente alcalino. El negro de carbono PBk7 ofrece un rendimiento excelente: es estable, económico y compatible con medios fluidos o pastosos. Para efectos más cálidos o apagados, el negro de óxido de hierro (PBk11) se comporta mejor, especialmente en técnicas de empaste. Los acrílicos permiten aprovechar la reflectancia de algunos negros en función de la textura: un negro brillante aplicado con espátula puede generar efectos de metal bruñido si se trabaja sobre imprimaciones reflectantes. Es frecuente en obras abstractas, murales o instalaciones con iluminación rasantada.

La acuarela, en cambio, exige un comportamiento muy distinto. Aquí, la capacidad de dispersión, la reactividad con el papel y la resistencia a la migración definen la calidad del negro. El PBk9 en acuarela ofrece lavados delicados con matiz cálido; su carga ligera permite gradientes sutiles. El PBk7, si no está bien disperso, tiende a formar aureolas o manchas, especialmente en papeles muy absorbentes.

Algunos fabricantes emplean mezclas de negros con azul de Prusia o PV19 para “quebrar” la homogeneidad del negro y ofrecer una respuesta cromática más compleja. En acuarela japonesa y sumi-e, el negro no se emplea como mancha opaca, sino como trazo expresivo cargado de matices tonales. Por ello, los pigmentos negros usados en esta técnica deben tener un rango dinámico elevado, buena movilidad y control en función del agua.

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2010 Shozo Sato

El temple —ya sea graso o con yema de huevo— requiere negros de dispersión precisa. En este medio, los pigmentos no deben modificar el equilibrio entre ligante y carga. El negro de humo PBk7 puede generar problemas si no se muele adecuadamente, ya que su alta densidad tiende a separarse del medio. En cambio, el negro de vid PBk8 y el negro de Marte PBk11 presentan mejor integración y estabilidad. En iconografía bizantina o técnicas a la cola animal, los pigmentos negros de base óxida son preferidos por su compatibilidad con barnices naturales y su resistencia a la luz.

En fresco, la alcalinidad del intonaco limita el uso de pigmentos orgánicos. El negro de humo no resiste bien estas condiciones: se vuelve grisáceo o pardea con el tiempo. En cambio, el negro de óxido de manganeso (PBk28), el negro de cobalto (PBk26) y algunos óxidos férricos ofrecen excelente estabilidad en medios alcalinos. Pintores especializados en muralismo deben considerar no solo la apariencia del negro en fresco, sino también su interacción química con el carbonato cálcico y su comportamiento al secar. Los pigmentos negros en fresco requieren pruebas previas: el tono húmedo y el tono seco pueden diferir notablemente, y no todos los negros conservan la intensidad después del fraguado.

En encausto, el comportamiento térmico del pigmento es decisivo. La cera fundida requiere partículas estables a temperaturas de entre 60 y 90 °C. El negro de marfil y el negro de humo funcionan bien, pero pueden presentar dispersión irregular si no se preparan con disolución previa en solventes intermedios. Los pigmentos negros más finos pueden sedimentar en la base del recipiente caliente, alterando la concentración. El manejo adecuado de la viscosidad, la filtración del pigmento y la elección de la cera (abeja, dammar o microcristalina) son elementos que modifican el comportamiento del negro en esta técnica milenaria.

Las tintas artísticas, ya sean tradicionales (tinta china, tinta ferrogálica) o modernas (tintas acrílicas, pigmentadas o base agua), tienen requerimientos específicos. La mayoría de las tintas negras comerciales se basan en PBk7, dispersado en soluciones acuosas con tensioactivos. Sin embargo, artistas que preparan sus propias tintas deben considerar la acidez del medio, el tamaño de partícula y la presencia de estabilizadores que eviten la coagulación. En caligrafía, ilustración o dibujo técnico, los pigmentos negros con alta densidad óptica y buena fluidez son esenciales: se buscan trazos limpios, sin dispersión ni penetración excesiva del papel.

En técnicas mixtas —collage, pintura expandida, soportes no convencionales—, los negros deben ajustarse al material de base. En metales, plásticos o superficies imprimadas con resinas epóxicas, el comportamiento del negro depende tanto del vehículo como de la adherencia del pigmento. En estos casos, los pigmentos negros de óxido metálico o los negros magnetita PBk30 tienen mejor rendimiento, especialmente cuando se requiere interacción con luz artificial, proyección o fotografía. La formulación de bases preparadas con negro —como imprimaciones opacas para trabajo en negativo— también depende del tipo de pigmento utilizado: un negro mal elegido puede saturar la superficie y dificultar la adherencia de capas posteriores.

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Rembrandt van Rijn,
Self-Portrait with easel, 1660

La técnica no es solo medio: es estructura de comportamiento. Los pigmentos negros no son intercambiables entre técnicas, ni siquiera entre formulaciones del mismo tipo. Un pintor que domina su medio conoce las reacciones de cada pigmento, el rango de dilución aceptable, la carga máxima tolerada sin agrietamiento, y la respuesta del negro bajo distintas fuentes de luz. La eficacia de un negro no reside en su intensidad aparente, sino en su coherencia con la técnica utilizada.

Química de los pigmentos negros: estructura, reactividad y resistencia

Los pigmentos negros conforman una familia compleja que incluye compuestos tanto orgánicos como inorgánicos, con estructuras químicas que van desde el carbono amorfo hasta óxidos metálicos cristalinos. Su comportamiento en la pintura depende en gran medida del tamaño de partícula, la estructura superficial, el índice de refracción y la solubilidad en medios específicos.

El negro de humo (PBk7), por ejemplo, está compuesto por esferas de carbono de entre 15 y 300 nanómetros, agrupadas en cadenas fractales que ofrecen una altísima absorción de luz. Esta estructura le confiere un color intensamente oscuro, pero también una elevada área superficial que interactúa fuertemente con aceites, lo que puede modificar la viscosidad y el tiempo de secado del óleo si no se formula con precisión.

En contraste, los pigmentos negros inorgánicos como el negro de Marte (PBk11) se derivan de óxidos de hierro sintéticos y tienen una morfología distinta: granos más grandes, de forma irregular, con estructura cristalina definida. Esta estructura permite una mayor estabilidad térmica y química, lo que los hace preferibles en técnicas expuestas a intemperie, calor o pH extremos, como el fresco y la cerámica. Su índice de refracción, más bajo que el del carbono amorfo, los hace menos absorbentes, pero más controlables ópticamente. El PBk11 puede combinarse con tierras sin alterar la temperatura cromática de la mezcla, una cualidad que lo vuelve idóneo para modelar sombras cálidas o fondos sobrios.

La interacción de los pigmentos negros con los aglutinantes es otro punto crítico. El PBk9 (negro de marfil), compuesto mayoritariamente por fosfato tricálcico y carbón, presenta una superficie ligeramente polar que favorece la humectación en medios acuosos, pero puede provocar sedimentación en aglutinantes no modificados. En comparación, el PBk7 tiende a repeler el agua y requiere agentes humectantes o dispersantes específicos para mantenerse en suspensión. En acrílico, estas diferencias determinan no solo la estabilidad de la emulsión, sino la apariencia superficial del color: un negro mal disperso puede generar brillos indeseados o zonas de absorción desigual.

La resistencia a la luz es otro factor determinante. La mayoría de los pigmentos negros inorgánicos presentan una resistencia a la luz excelente, clasificada como 8/8 en la escala Blue Wool, lo que los hace aptos para obras permanentes y exposiciones prolongadas. Sin embargo, ciertos negros orgánicos, especialmente cuando se utilizan en tintas o en capas muy delgadas, pueden presentar degradación por oxidación o fotólisis si no se protegen adecuadamente. El entorno ácido o alcalino del medio también puede afectar la estabilidad: el negro de humo puede volverse grisáceo en presencia de álcalis fuertes, mientras que el PBk11 mantiene su color incluso en soluciones cáusticas.

A nivel molecular, los pigmentos negros también difieren en su comportamiento frente al calor, la humedad y la exposición química. El negro de cobalto (PBk26) y el negro magnetita (PBk30), por ejemplo, conservan su estructura a temperaturas superiores a 800 °C, lo cual los hace útiles en cerámica y esmaltes. El PBk28 (óxido de manganeso) resiste la hidrólisis pero puede migrar en medios muy húmedos si no está bien encapsulado.

Estas propiedades físicas —estabilidad térmica, solubilidad, interacción superficial— determinan no sólo la vida útil del pigmento, sino también su compatibilidad con procesos industriales, formulaciones artesanales y estrategias de conservación a largo plazo. Entender estos datos no es accesorio: es lo que permite que un pigmento sea usado con conocimiento, y no como recurso intuitivo.

Materia dominante: obras y artistas con un uso destacado del negro

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Albrecht Dürer,
Apollo and Diana, circa 1502

En el trabajo de Rembrandt, el negro es una materia viva que participa en la organización lumínica del cuadro. Los análisis técnico-científicos de sus capas pictóricas, realizados en el Rijksmuseum y otras instituciones, han demostrado el uso sistemático de pigmentos negros como PBk9 en combinación con óxidos de hierro y tierras rojizas para modular la sombra sin perder temperatura ni transparencia. En sus retratos tardíos, es habitual encontrar capas base de negro de marfil con adición de barnices naturales que alteraban la reflectancia superficial. El resultado no era un negro opaco, sino una sombra estructurada que permitía el modelado progresivo de las luces, sin que estas perdieran su autonomía.

Francisco de Goya, particularmente en las pinturas negras de la Quinta del Sordo, llevó el negro más allá del claroscuro. No era una herramienta de articulación óptica, sino un componente activo de la narración pictórica. Análisis de laboratorio han revelado el uso de pigmentos negros como PBk7 mezclado con materiales terrosos, aplicados directamente sobre el yeso sin imprimación. Este uso intensivo del negro como fondo pictórico y estructural altera el modo en que la figura se manifiesta: ya no emerge de la oscuridad, sino que se halla integrada en ella. La elección del negro, en estos casos, no es anecdótica: define la organización del espacio y la lógica emocional del plano pictórico.

En el siglo XX, Ad Reinhardt desarrolló una serie de pinturas negras donde la variación cromática era mínima, pero técnicamente decisiva. Trabajaba con múltiples fórmulas de negro —mezclas controladas de PBk7, PBk9 y PBk11— para obtener superficies que aparentaban ser uniformes, pero que revelaban distinciones tonales bajo luz controlada. La reflectancia espectral de cada pigmento era aprovechada para construir planos de lectura lenta, sólo accesibles tras un tiempo de observación. En estas obras, los pigmentos negros no actúan como neutralizadores, sino como campo perceptivo en sí mismo, sometido a condiciones técnicas precisas: granulometría, barnizado, absorción.

Artistas contemporáneos como Pierre Soulages han radicalizado esta aproximación. En su serie Outrenoir, el negro no es sólo color, sino materia reflexiva. Soulages emplea acrílicos espesos y pigmentos seleccionados por su comportamiento frente a la luz artificial rasantada: PBk7 con partículas de tamaño específico, ajustadas para modificar la interacción con el espectador según el ángulo. Esta técnica, pensada desde la física óptica y no sólo desde la composición, convierte al negro en superficie activa. En estas obras, los pigmentos negros no representan, no contienen: interactúan. Son el dispositivo a partir del cual se construye la experiencia visual.

Materia reformulada: transformaciones del negro con las nuevas industrias

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Gustave Doré,
La Ménagerie Parisienne, 1854

La industrialización del color transformó radicalmente la forma en que se obtienen, clasifican y distribuyen los pigmentos negros. A partir del siglo XIX, con el desarrollo de procesos como la canalización del negro de carbón (canal black) y el horno de petróleo (furnace black), se logró estandarizar la producción de PBk7 con diferentes tamaños de partícula, grados de pureza y estructuras agregadas.

Esta estandarización permitió su aplicación masiva en tintas, pinturas industriales, recubrimientos arquitectónicos y plásticos. Sin embargo, para el pintor profesional, esta expansión trajo nuevos retos: el mismo pigmento podía comportarse de forma distinta según su origen, dispersión o proceso de secado. Comprender los efectos industriales sobre la química del negro se volvió una necesidad crítica en el manejo del material.

Con el auge de la nanotecnología, aparecieron formulaciones que desafiaron la comprensión tradicional del color. El Vantablack —formulado por Surrey NanoSystems— utiliza nanotubos de carbono alineados verticalmente para absorber hasta el 99.965% de la luz visible. Esta propiedad óptica extrema supera cualquier capacidad de absorción de los pigmentos negros tradicionales y genera superficies visualmente antinaturales: la luz no rebota, no define forma, no produce volumen. Aunque su uso está restringido y su aplicación en bellas artes ha sido polémica por derechos de exclusividad, marcó un hito en la investigación sobre materia negra. El pigmento deja de ser solo un componente cromático: se convierte en una herramienta de control óptico radical.

La industria también ha reformulado el negro desde criterios ambientales. Numerosos compuestos negros, especialmente aquellos derivados del petróleo o de residuos animales, están siendo reevaluados por su impacto ecológico. Nuevos pigmentos negros de origen vegetal —como los obtenidos por carbonización controlada de huesos de frutas o algas— están siendo promovidos por fabricantes de pintura natural. Asimismo, empresas como Living Ink han desarrollado pigmentos a base de algas microbianas, ofreciendo alternativas biodegradables con buena opacidad y compatibilidad con medios acrílicos. Aunque estas formulaciones aún no alcanzan la densidad óptica del PBk7, permiten su uso en contextos donde la trazabilidad del pigmento es esencial, como en prácticas museográficas, restauración o producción ética de obra.

Finalmente, la regulación internacional ha afectado la formulación de muchos pigmentos negros en el mercado. Normativas como REACH en Europa o las regulaciones de la ASTM en América del Norte han limitado el uso de metales pesados, residuos combustibles y compuestos tóxicos en la fabricación de pigmentos. Como consecuencia, muchos fabricantes han sustituido negros históricos por equivalentes más seguros, pero no siempre equivalentes en comportamiento pictórico. El pintor que adquiere un “negro de Marte” hoy no siempre obtiene el mismo PBk11 que en décadas anteriores: la composición, el tamaño de partícula o los aditivos pueden haber cambiado. Reconocer estas transformaciones no es una cuestión técnica menor: es una condición material para la práctica profesional de la pintura.

Futuro de los pigmentos negros: permanencia, síntesis y decisión material

Los pigmentos negros seguirán ocupando un lugar central en la práctica pictórica no por su neutralidad, sino por su capacidad de condensar decisiones técnicas, estructurales y ópticas. Su futuro no depende exclusivamente de nuevas invenciones materiales, sino de la manera en que los pintores comprendan su reactividad, su integración en diferentes vehículos, su función dentro de composiciones cada vez más complejas.

Con el auge de materiales inteligentes, la posibilidad de emplear negros que reaccionen a la luz, al calor o al campo eléctrico abre caminos para obras dinámicas, pero también plantea preguntas sobre la durabilidad, la conservación y la ética de uso. En este nuevo panorama, el negro ya no es una ausencia que delimita, sino una tecnología que actúa.

Al mismo tiempo, la recuperación de formulaciones históricas —negro de hueso, negro de vid, negro de magnetita— y la necesidad de trazabilidad ecológica reafirman que el futuro de los pigmentos negros será también arqueológico. En la pintura contemporánea conviven los residuos del fuego paleolítico con los nanotubos de carbono, y la elección entre ellos no es una cuestión de estilo, sino de responsabilidad técnica. Quien trabaja con negros elige entre el silencio total o la vibración mínima, entre lo que absorbe sin retorno y lo que refleja en capas imperceptibles. El negro obliga a tomar posición. Por eso permanece.